jueves, 11 de marzo de 2010

¡Con mi niñita no se metan!

Alguna vez mi amiga Joyce me dijo que ser mamá de niñita era bien diferente a ser mamá de hombre. Ella, que juega en ambos equipos, me comentó que la gran diferencia radica en que ellos resuelven todo con un par de combos y una pelota de fútbol. Ellas, en cambio, se enroscan. Pelean con la palabra, se lastiman, sin sangre pero con lágrimas.

Sí que tenía razón la Joyce.

Resulta que nos cambiamos a un condominio lleno de niñitas que se lo pasan arriba de la bicicleta. Sólo por eso, en 24 horas reloj, la Sol aprendió a andar sin rueditas. Sólo por eso, por primera vez desde que vivimos en Chile, dijo que Santiago era más choro que Buenos Aires. Sólo por eso ahora prefiere quedarse en la casa antes que ir a las clases de gimnasia, al Mc Donald´s o jugar donde sus amigas.

Todo venía bien hasta que empecé a notar que las niñitas como que le huían. Se alejaban en grupo cada vez que la Sol se acercaba. Murmuraban, se reían en voz baja. Hasta que ayer descubrí la cruda realidad: dicen que ella las persigue, le han pedido plata para darle clases de bicicleta, para comprarse cosas en el colegio... algo que algunos llamarían bullying y otros, simplemente, cosas de niñitas.

Yo en verdad voy por la segunda opción. Son chicos, se pelean y se amigan en cuestión de segundos... pero ¿justo le tenía que tocar a mi cabra chica? ¿Justo a ella, que es la más hermosa, simpática, inteligente y chora del mundo? Nooooooooooooooo!!

Qué horror ver sufrir a una hija. Yo de pendeja era terrible. Molestaba, burlaba, pelaba. Una vez todos se pusieron en mi contra, me hicieron la guerra del hielo y aprendí. Puta que me dolió que nadie me hablara, pero aprendí a no joder más.

Hace algunos años me reencontré con una antigua compañera, a la que no veía hacía como veinte años. Lo primero que hicimos fue ponernos al día. Lo segundo que me dijo fue que le debía como diez años de terapia, con intereses retroactivos a la década del ´80. Sorry.

Volviendo al hoyo, la cuestión es que mi marido tenía ganas de arrancarse a hablar con los padres. Pero alguien nos dijo que esas cosas aquí no funcionan, que era mejor ganarnos a las niñitas en lugar de pedir colaboración a los adultos. Así que partí al súper a comprar stickers, galletas y cuanta huevada me pareció entretenida, e invitamos a las vecinitas a jugar. Por suerte vinieron y bastante jugaron... En algún minuto sí se burlaron, pero nada para espantarse.

O sea, efectivamente son cosas de chicos. Pero, igual, ¡qué feito! Así que después de mucho pensar sobre qué decirle y cómo decirle, me llevé a la Sol al Ruby Tuesday y comencé mi primera charla seria, casi que de mujer a mujer: “En la vida, las cosas no siempre son como una quiere. A veces hay gente con la que tú quieres pasar tiempo pero ellos no quieren pasar tiempo contigo. Las niñas del condominio no son malas, sino que están equivocadas y cuando se den cuenta de que tú eres súper divertida van a pedirte disculpas y te van a invitar. Por mientras, puedes jugar con tus compañeras del colegio, que te quieren y no te burlan. Te prohíbo que vuelvas a juntarte con las vecinas si ellas te dicen o te hacen cosas feas. Apenas eso suceda tú vienes y me lo dices... Entonces yo voy y les arranco cada pelo de la cabeza. ¿Entendiste mi amor?”

¿Está mal? No, con mi niñita no se metan. O se la verán conmigo...

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