jueves, 10 de diciembre de 2009

Minas

Lloraba como si se hubiese muerto alguien. No paraba. Desconsolada estaba mi hija en ese minuto. Lo primero que hice fue cargarla y mirarla detenidamente, para ver si se tenía sangre, o algún hueso fuera de lugar. Pero no, estaba sanita.

“Qué te pasó” le pregunté. No había caso, lloraba tanto que las palabras no le salían. Mi intuición me dijo que no era nada grave, pero tampoco daba para tenerla ahí como una Magdalena en medio del cumpleaños del Javi. Así que la abracé fuerte, le conseguí un vaso de coca normal, unas frutillas gigantes con azúcar y logré que se tranquilizara: “Es que la Nicole me manchó con helado la polera nueva que me regaló el papiiiiiiiiiiiii”. “Y lo hizo con quererrrrrrrrrrrr”.

Son minas. Tienen dos, cinco, siete u once años pero ya se ve. Son tan minas como nosotras. Sólo les falta experiencia. No se indisponen, pero da lo mismo. Las hormonas han comenzado a andar.

Los hombres con una pelota están listos. Blue jeans o shorts les da igual. Ellas no. Nada que ver. Hasta ven diferencia entre faldas y vestidos.

Conozco una niñita de segundo básico que cada mañana, religiosamente, llora frente al espejo cuando se ve con el uniforme del colegio. Si fuese por ella, se anudaría el polerón con un colet en la espalda para que le quede bien ajustado y cambiaría los pantalones por pitillos. Mi Sol se levanta cuarenta minutos antes de entrar a clases. En cinco se viste, toma el desayuno y se lava los dientes. Y en los otros 35 se peina, o me vuelve loca para que yo lo haga. “Quiero cuatro trenzas que formen una corona y abajo moños”. Ni cagando. Un cintillo, un pinche, y al auto.

El domingo fui con unos amigos a la piscina. Los hombres corrían de un lado al otro inflando bombitas y tirándose de piquero. Las niñitas apenas si metían el dedo gordo en el agua. “Es que está fría”. 30 grados hizo el domingo... Minas.

¿Habremos sido igual de pesadas nosotras a su edad? Mi mamá dice que sí. Me acuerdo una vez (hará al menos 25 años pero tengo el recuerdo intacto), me porté tan mal que me obligó a salir de la casa con dos colets bajísimas, casi en la nuca. Y otra vez que viajamos al interior de la Argentina para la fiesta de 15 de una prima, me castigó poniéndome un conjunto de raso blanco de pantalón y chaqueta. Todas las niñitas de mi edad volaban dentro de sus vestidos de tul y puntillas. Y yo ahí, vestidita de hombre. Nunca se lo perdoné. ¡Y nunca lo haré!

Hace poco me pasó algo parecido. Sol tenía una fiesta y le separé unas patas negras con una musculosa animal print que encontré topísima. “Mamá, porfi, hoy puedo no vestirme ni de negro ni de blanco ni de gris”. Mi vida... yo pretendo una Charlie Angel y ella sólo quiere ser Sarah Kay...

Con los hombres estas cosas no pasan. Lo peor es que los marketineros lo saben. Por eso cuando entras a cualquier multitienda hay cinco percheros de niñita por cada uno de hombre, y cien modelos de bebés que lloran por cada cinco de Hot Wheels. Y lo mismo en la farmacia: hay parche curita de Hannah, Princesas, Barbie, Kitty, Frutillita. Para ellos Spiderman y, a lo sumo, Bob Esponja. ¿Es justo? No, no lo es.

Vengo de cenar con unas amigas. Estuvimos hablando sobre los regalos de Pascuas. Pistolas de agua, botes inflables, pelotas de fútbol. Para ellos nada supera los $6990 y quedan felices. Ahora, la casa de los Pet shops, el bebé que estornuda y los patines en línea no bajan de las 20 lucas. ¡Y eso pagando con la tarjeta Más o CMR que encima no me dan por extranjera! (Malditas multitiendas nacionalistas. Ni para la Presto califico...).

En síntesis: o me voy de excursión a Meigs o me gasto las 20 lucas.

Minas. Ellas y nosotras. ¿O de verdad pensamos que una pistola de agua no es la raja para cualquiera? El cuento del huevo y la gallina. ¿Quién nació primero, el capricho de las niñitas o el nuestro?

Y ahí están ellos, los padres. Los eternos enamorados de las demandantes señoritas de metro y tanto. Las ven maquillarse con nuestras pinturas y dejar la embarrada, hacer berrinche por una falda con menos volados de los necesarios, y nada. “Son minas”, se ríen y nos mirano como diciendo “y qué quieres si tú eres igual”.

Ser mamá de mujeres es harto más complicado. El único consuelo es que más tarde o más temprano, por más cagadas que nos hayamos mandado, por más colet en la nuca, trajecitos blancos o platos inmensos de porotos verdes, son ellas (o en su defecto las nueras) y no los hombres tan felices con sus poleras aburridas, quienes se ocuparán de nosotras. Es la ley de la vida; la ley del estrógeno.

Cabeza retorcida la mía. Cabeza de mina, bah.

3 comentarios:

  1. jajajaja por eso soy una agradecida de tener como hijos a 3 hombres...son tan simples!!! un agrado!

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  2. jajajajaaj que genial, tengo una niña de dos años y medio y ya me reta porke no kiere el vestido verde kiere el lila...jajaja pero me encanta ke sean tan femeninas y se preocupen de su imagen desde pekeñitas...son una dulzura!!

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