lunes, 30 de noviembre de 2009

Las otras

La Tere se compró una casa y le quedó divina. Tiene sillones blancos de lino. Total, no hay quien los manche. La Ximena se va el miércoles a Nueva Zelanda. Dos meses va a estar en la otra punta del mapa, paseando. Denise vive en Boston y pololea con un prestigioso profesor de Harvard. Permanentemente a él lo invitan a viajar por el mundo para dar charlas. Ella acumula días de vacaciones en la pega y lo acompaña a los cinco continentes, viajando en business. La Jose es capaz de gastar la mitad de su sueldo en cuatro pares de zapatos. No gana poco, pero no lo puede evitar.

Estas mujeres existen, son reales, yo las conozco y son de mi edad. Tienen las pechugas paradas y la guata sin estrías. No tienen hijos, hacen lo que quieren cuando quieren y como quieren. Tienen en el refrigerador únicamente un par de yogures, queso descremado, milanesas de soya y coca light. Y yo muero de envidia. Mentiría si dijera que mi envidia es positiva e inocente. Entre nos, deseo que todas se queden embarazadas para reírme once meses seguidos: los tres de los vómitos, los seis de la transformación de mujer a muñeco michelin, y los dos de las 24 horas sin dormir. ¡Y que les toquen mellizos!

Dice el saber popular que el jardín de al lado siempre se ve más verde. Yo más que verde lo veo floreciente, divino, lleno de cascadas, mariposas y palmeras. El mío, en cambio, lo veo con yuyos y hormigas. Pero bueh, es lo que hay.

La cuestión es que la maternidad, se ejerza como se ejerza, va marcando las relaciones de las mujeres. Es muy raro que dos íntimas amigas de la infancia puedan mantener la unión en el tiempo si una tiene hijos y la otra no. Pasa en todos los grupos. Pasó en el mío. De repente todas nos casamos, y la que andaba soltera dejó de venir a nuestros panoramas. Primero porque se aburría, y después porque ya no la invitábamos. Y ni hablar cuando empezaron a llegar las guaguas. ¿De qué íbamos a hablar con ella? Ya sabemos que todas las primerizas somos monotemáticas... Ella quería hablar de sexo. A nosotras el único sexo que nos interesaba era el del futuro bebé.

En aquél momento sentía un poco de lástima por mi amiga. Pobre, todas felices con nuestras panzas enormes, comprando ajuares, y ella yendo del gimnasio al boliche. Ahora, obvio, es al revés. Nosotras corremos entre la pega, el colegio, la casa y los cumpleaños. Y ella va de la pega a la peluquería y de la peluquería al after office. Deluxe.

Hoy me encontré con una co-apoderada del colegio y me pidió que le dedicara un post a cómo nos queda el cuerpo después del tercer hijo. No sé qué diferencia habrá con tres. ¡A mí con la primera ya me quedó la cagada! A las otras, en cambio, nada se les ha corrido de lugar. Usan push up por costumbre, pero no por necesidad.

La cuestión es que después de los treintitantos es más fácil identificar a una mujer sin hijos que a un perro con dos colas. Pa partir, llevan carteras más pequeñas. Nosotras venimos ya acostumbradas a los enormes bolsos de maternidad. Ellas tienen el cuerpo que nosotras solíamos tener. Y lo más chistoso: ellas no se mecen de un lado al otro cuando esperan en una esquina. Nosotras, como si tuviésemos la guagua a upa, no podemos quedarnos quietas. Se los prometo, puede que no se hayan dado cuenta, pero después de tener hijos y por un período de al menos tres años perdemos la capacidad de permanecer completamente inmóviles frente a un semáforo.

La distancia entre dos mujeres de la misma edad, una con y otra sin hijos, es enorme. Por suerte para las amigas que hoy se lamentan estar alejadas de quién fue su compañera de banco los últimos cinco años de colegio, esto se revierte apenas la otra queda embarazada. O cuando una se separa y necesita alguien que sepa dónde está la diversión, más allá del Mampato...

Sé que varias de ustedes aún no incursionan en este resbalín emocional que es la maternidad. Hasta sé de una que le ha impreso el post del reloj biológico a su madre para que deje de preguntarle cuándo la iba a hacer abuela.

No es mi intención desalentarlas, sino alertarlas. Nosotras ya no podemos hacer nada para volver al equipo de las pechugas paradas. Ustedes en cambio están a tiempo de evitar que la ley de gravedad se apodere de cada centímetro de su cuerpo. Después no digan que no les avisé.

Y nosotras... sí, estamos fregadas.

Pero ojo, cuando todas estas gallas que hoy se ríen de nuestra desgracia estén pariendo, nosotras vamos a tener a los cabros chicos en la Universidad. Habrá otras preocupaciones, pero nada será tan agotador como la primera infancia.

Problema de las otras, ja.

1 comentario:

  1. jajaaj..me rei mucho con la imposibilidad de quedarnos quietas en un semaforo..a mi me ha pasdo muchas veces!!! excelente blog, felicitciones.
    PD: tengo dos niños 5 y 2 años...los mas traviesos que existen!!!!

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