sábado, 28 de noviembre de 2009

Diente x diente

Las apariencias engañan. No lo inventé yo, pero sí lo comprobé. A mi hija se le cayó un diente. Y entendí que el diente no es el diente, sino lo que representa: está creciendo demasiado rápido. No me gusta nada. De hecho ahora odio los dientes. Mataría a todos los dientes.

Que ella esté creciendo implica, necesariamente, que yo estoy envejeciendo. Pero no es eso lo que me carga. Me incomoda verla grande. Así como así. Hoy se le cae el diente, mañana necesita sostén y pasado me pide que la acompañe al ginecólogo. ¡No way!

¿Y para qué dejé mi trabajo? ¿Ahora que está grande no puede arreglarse sola? Si puede administrar la plata del Ratón Pérez que se encargue de sus colaciones... Cierto que tengo otra... sí ,otra a la que también se le van a caer los dientes. ¿Habrá llegado el momento de volver a internarme en una redacción?

By the way, consejo a las que lo están pensando: no, de ninguna manera. Agoten instancias antes de mandar el telegrama de renuncia. Ustedes creen que sus hijos las quieren full time en casa, pero ellos prefieren jugar a la Play, pintar, armar puzzles, invitar amigos y cualquier otra cosa que, por lo general, no nos incluye. Es bueno que, como dice Noelia, nos vean interesarnos por otras cosas. “Mirar más allá”, tener otras inquietudes.

Cacharon que ahora como que todo pasa más rápido. En prekinder se les cae el diente, a los 10 se indisponen y a los 15 se quieren operar las pechugas. Y con los hombres es igual. A los cinco manejan la Wii mejor que sus papás y a los 17 manejan el auto mejor que los papás. Da lo mismo.

Dicen las que tienen niños más grandes que a más años, más problemas. La Cata contaba la otra vez que a su hija ahora está con eso de “me dejan de lado” o “están hablando de mí”. Y no me acuerdo quién decía que su hijo de nueve “tiene que hacer horas extras de tarea en el colegio porque la profesora lo pescó hablando por celular”.

Una amiga andaba preocupada hoy porque su cabro de diez acaba de volver de un campamento y, dicen, los niños hicieron estragos. Que se pasearon en calzoncillos por las calles, que a uno le botaron el bolso entero a un tacho de esos enormes de reciclaje, que el hijo de no se quién anduvo sacando fotos comprometidas y las van a subir a la Web... Todo parece indicar que es cierto. Que los problemas crecen de manera directamente proporcional a la edad.

En Argentina me tocó por pega presenciar varias veces las charlas del psicólogo Miguel Espeche sobre los hijos, la crianza y los límites. Él decía que uno de los momentos más importantes en la vida de todo padre es al quitar las rueditas de la bicicleta. Mientras andan con ruedas, uno siente que tiene el control. Ellos van despacio, y podemos seguirlos de cerca. Al quitar las ruedas el niño gana velocidad. Puede ir hacia un lado, hacia el otro, caerse y hasta lastimarse. Es ahí cuando los vemos grandes, y tenemos que confiar en el trabajo que hemos hecho, porque ya no podemos andar pegados.

A mí el diente se me transformó en las rueditas de la bici. Siento que ya está. Creció. Y aunque todavía queda un larguíiiiiiiiiiiiiisimo camino por recorrer, hay un tramo que se cerró para siempre. La niñita que se acomodaba en mi pecho ahora calza 31. Esa gordita llena de rizos dorados, que vivía comiendo galletas dulces, se ha estilizado y juega a ser modelo arriba de tacos altos. Y por más que su papá se esmere en fomentar el Edipo ella dice que está enamorada del Nico y que cuando se casen van a vivir un poco en cada país, para que ninguna mamá se ponga triste.

Tres dientes flojos tiene en este momento. Supongo que con cada uno que se caiga iré sumando nostalgia y contradicciones. Aunque como siempre, intento encontrarle el lado positivo a las cosas: lo bueno de que esté grande es que falta menos para que se vaya de la casa... ¡Sí!

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