miércoles, 18 de noviembre de 2009

Las auténticas dueñas de casa

Mucama, empleada doméstica, maid, shikse, ishire, baba. Da igual cómo se les diga, todos saben de qué hablo. Aquí se las llama nanas, y lo primero que aprendí al llegar a Santiago es que sería alguien fundamental en mi vida. Más importante que adaptar a las niñas en el colegio, que hacerme de un grupo de amigas, que encontrar pega y acostumbrarme a los chilenos, sería encontrar una nana con buenas recomendaciones.

Partí por lo que me sugirieron: una chilena del Sur, a la que tuve que pagarle el pasaje en bus antes de conocerla. Un desastre. A las niñas ni las pescaba y se tomaba 40 minutos en la mañana para preparar su propio desayuno. Me duró dos semanas. Es que me daba nervios despedirla... tenía tanto carácter que pensé que me podía pegar, así que esperé a que mi mamá viniera de visita para mandarla de vuelta al Sur.

Luego vino el plan B: una parroquia que acoge mujeres recién llegadas del Perú (a la que le interesa después le paso del dato). La dinámica es tan sencilla como macabra. Tú conversas con la Hermana, le dices cuánto estás dispuesta a pagar y luego pasas a una suerte de box, donde hay un confortable sillón y una sillita de porquería separados por un escritorio. Me senté en el sillón y afuera se formó una fila de mujeres. De a una, fueron entrando. Desde la sillita, me contaban sus penas, cuándo habían llegado, si estaban legal o ilegalmente residiendo en Chile, qué experiencia tenían, bla bla bla.

Me tincó una bajita, que hablaba despacio y se notaba nerviosa. Me hizo acordar a Arminda, la mujer que crió a Sol y lo que más extraño de todo lo que dejé en Buenos Aires, con el perdón de la familia.

Cuestión que la monja me insistió para que me llevara a mi candidata a la casa en ese minuto, pero me negué y la cité para la mañana siguiente. Llegó puntual y empezamos la relación con el pie derecho.

Antes de que me diera cuenta, Lili (su documento peruano decía que se llamaba Luz, pero ella me dijo que todos la llamaban Liliana) se transformó en un ser indispensable. Y comprendí que la gente tenía razón. Aquí, el que puede, debe tener al menos una buena nana para poder ser feliz.

La lata es que a los ocho meses me dijo que se volvía a Perú porque la vecina de una vecina de su vecina le había dicho que a su hijo de cuatro años (que había quedado al cuidado de su madre sorda y de sus hermanos mellizos de 13 años, Shakira y Chayan), lo tenían sucio. Y volví a la Parroquia.

Lo que sigue parece el argumento de una película de Woody Allen, pero les juro que pasó: elegí a Blanca y empezó un lunes. Mi idea era que Lili y Blanca convivieran cinco días como para entender la dinámica de la casa, la comida, los horarios.

El martes Blanca me dijo que necesitaba tomarse la tarde para hacer trámites con su esposo antes de empezar a trabajar puerta adentro.
El miércoles me informó que ella no iba a limpiar vidrios, porque la ley dice que no están obligadas a hacerlo.
El jueves a las doce del mediodía le sonó el celular. Cuando cortó me dijo que era el esposo, que estaba cerca de mi casa y la había invitado a almorzar al supermercado de la esquina. Y que como yo total no trabajo y además tenía a Lili, seguro no tendría inconvenientes en darle permiso por esta vez.
El viernes... el viernes obviamente ya estaba despedida.

Ahora mi felicidad se llama Carmen. También es peruana, no tenía ninguna experiencia previa pero cuando la tuve enfrente, yo en el sillón y ella en la sillita, me dio buena vibra.

Seamos honestas. Las nanas son EL tema de conversación entre nosotras. Tengamos o no pareja o hijos, todas tenemos siempre una amiga buscando alguien por hora, puerta afuera o puerta adentro. Vale más el dato de una buena nana que el de un outlet de zapatos. Y nos excita más tener el teléfono de una con harta experiencia que tirar en la mañana. ¿O no?

Conozco una galla que regaló a su perro por una nana que le tenía fobia a los animales. Y me contaron de otra que, tras un divorcio, peleó más por la nana que por el departamento en Pucón. Mi amiga Vero estuvo a punto de perder a Rosa por culpa de una vecina que le ofreció más plata. A los tres días de haber empezado en la nueva casa la Rosita se arrepintió. Si hubiese sido abogado, dentista, periodista, psicóloga o cualquier otra profesión menos importante, seguro la Vero la mandaba al diablo. Pero a las nanas se las perdona. Y encima le aumentó el sueldo y los días libres... ¡Casi que ahora Vero trabaja para Rosa!

Es que, sobre todo para las que tenemos hijos, una buena nana es sinónimo de tener la posibilidad de salir un rato en la tarde sin llevar a los cabros chicos colgando del pantalón. Es poder ir a depilarnos y así y todo tener la comida hecha. Es poder ir a trabajar y saber que alguien va a recibir a los niños a la vuelta del colegio. Sin exagerar, es sinónimo de libertad.

En unas semanas a mi esposo le toca viajar por pega. Mi mamá me llamó para ver si necesitaba que ella viniera a ayudarme. Le dije que no era necesario. Y eso que mi marido ayuda ene. ¿Y si mi Carmencita tuviese que viajar? Supongo que de todas maneras le pagaría el pasaje a mi mamá. Una cosa es vivir sin marido. Otra muy distinta vivir sin nana. O dicho de otro modo: existen muchas más mujeres solteras que mujeres sin ningún tipo de ayuda doméstica. Por algo será...

4 comentarios:

  1. Qué tristeza de nota...
    Pero es tu vida.
    Fabianne

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  2. Jajajaj! el tipico comentario picado, demas que si yo tuviera para pagar una nada tambien lo haria jajaja, pero como no tengo me las veo a lo "carolina" jaja, saludos y me encanta tu blog.
    Lorena

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  3. ES VERDAD LAS BUENAS NANAS SE VUELVEN INDISPENSABLES EN LA CASA DE UNO, Y CUANDO FALTAN O SE ENFERMAN NOS DUELE MAS QUE SI SE ENFERMARA TU ESPOSO...EL TEMA ES QUE TIENES QUE PAGARLES BIEN PARA QUE SE PORTEN BIEN, PORQUE PARA ELLAS TODO ES PLATA, ESA ES LA VERDAD, LAS NANAS QUE TRABAJAN SOLO POR AMOR A LOS NIÑOS QUE CUIDAN SON POQUISIMAS, SI TIENEN UNA ASI, CUIDENLA MUCHO!!!!

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