lunes, 16 de noviembre de 2009

El diablo viste de Mimo

Mi hija Malena es realmente bella. Tiene la piel color mate, los ojos más celestes que he visto en mi vida, una nariz pequeñita, boca perfectamente delineada y unos rulos dorados tan o más hermosos que los de Shirley Temple. Siempre está de buen humor, desde muy guagua duerme toda la noche, es buena para comer y ama bailar.

La lata es que se porta como el hoyo. Desde sus 80 cm de altura enfrenta a todo niño que se le cruce por delante. Hace poco nos encontramos de casualidad con su compañerita Maya, que estaba al cuidado de sus abuelitos, una tía y algunas primas. La Malena fue corriendo hacia ella y todos nos quedamos con la sonrisa congelada, pensando que las dos enanas iban a fundirse en un abrazo. Pero no. Zummm, la mía le regaló un combo y la dejó en el piso ante la mirada atónita de todos, especialmente de la prima mayor, que miró a mi niña como si se tratara de una auténtica amenaza... No la juzgo.

Tan mal se porta Malena que estoy pensando seriamente en mandarme a estampar una polera que diga: “No soy su madre. A mí no me mire”.

A Malena la crié yo. Volví al trabajo cuando tenía cuatro meses y renuncié antes de que cumpliera un año. O sea que lo que aprendió lo aprendió conmigo. ¿Qué hice mal? No sé. Pero evidentemente algo (bastante) falló.

La cuestión es que ahora estoy intentando ponerme más firme con los límites. Sobre todo después de que sus maestras me informaron que resolvieron sentarla en un banquito cuando molesta a los niños. Si vieran las comunicaciones del jardín...

Transcribo:
“Papis, lo que más me gusta es quitarle el chupete a mis compañeros”.
“Papis, por favor mándenme muchos cereales para la colación así no me como los de los demás”.
Y la de ayer: “Papis, mis maestras están muy contentas porque después de dejarme sentada un rato para que me tranquilice, jugué muy bien”.

Los hijos no son todos iguales. Sol, mi hija grande, es pura bondad. Puede pasar tres horas entretenida con un lápiz y un papel. Malena la vuelve loca. Pero ella ni se inmuta. Le arranca los pelos y la otra nada, muda mientras se le va poniendo la cara roja y los ojos le brillan del dolor. Pero jamás le devuelve. Espera a que la suelte y le dice que eso no se hace, que está muy mal, y punto.

Insisto, los hijos no son todos iguales. Ni parecidos. Mis hermanos y yo lo único que tenemos en común es el apellido. Y hace poco me enteré que el medio hermano menor de Obama vive en uno de los barrios más pobres de Nairobi, con menos de un dólar al día. Seguramente nunca llegue a Presidente.

Supongo que no soy la única que a veces se pregunta por qué sus hijas son como son. ¿Será porque Sol pasó más tiempo con la Nana y ella era mejor madre que yo? ¿Será porque tenía a sus abuelas y bisabuelas estimulándola 24x7 mientras yo me quemaba las pestañas en la redacción, y Malena sólo tiene a quien escribe? ¿Será porque soy demasiado laxa y me divierto cuando la veo salir disparada como un cohete cuando quita un chupete que no le pertenece, en lugar de sentarla a reflexionar o llevarla al analista antes de cumplir dos años?

No tengo una conclusión al respecto. Blancanieves pasó la noche con siete enanos y su mamá –hasta donde sé- tampoco le dijo nada, ni la juzgó.

Muchísimas madres tienen la responsabilidad de lidiar con cabros que se portan pésimo, o simplemente hacen cosas que preferiríamos evitar. La mayoría, supongo. Aquí he visto reacciones bien diferentes al respecto: desde mamás que consultan psicólogos, neurólogos y gastan hasta lo que no tienen para que finalmente la tomografía computada les diga que no es nada clínico y que con el tiempo pasará, hasta gansas que miran para arriba haciéndose las distraídas cuando el pendejo se manda la embarrada. Yo prefiero pensar que son niños. Que más tarde o más temprano aprenderán a comportarse. No conozco niñitas de seis años que van por la vida empujando amigas...

¿Y si nos relajamos un poco? Padres y maestras, digo. Tengo una amiga con un cabro de seis años que lleva tres pagando consultas y así y todo el colegio la sigue volviendo loca porque molesta a los otros. Que consulte más profesionales, más, más. Y me consta que no es la única. En las reuniones de apoderados se habla de bullying como si se tratara de algo normal, instalado en la agenda escolar. Lo entiendo con niños más grandes, pero ¿¡bullying en jardín?! ¿No será mucho?

En fin, mi conclusión general es bastante sencilla: ningún niño es perfecto.

Pero porsiaca, voy estampando la polera. ¿Malena? ¿Qué Malena? Ni idea che. Yo no la conozco.

4 comentarios:

  1. Estoy tan emocionada que mi hija es protagonista en su primera historia!!!! Buenisima Vani, llore de la risa.... en todo caso, toda la razon, los niños son niños y filo... ya pasara. Por mientras Mati le enseña a Maya unos trucos de karate para defenderse...

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  2. Jajajaja, entonces si la Male viene con el ojo morado ya se a quién hacer responsable!

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  3. MI HIJA TAMBIEN VISTE DE MIMO, TENDRE QUE ESPERAR LO MISMO?!
    JAJAJA, BUENISIMO

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