miércoles, 30 de junio de 2010

Reivindicación de la culpa

¿Quién siente más culpa, la mujer que va a trabajar y deja a los hijos al cuidado de la nana o en el jardín maternal, o la que se queda en la casa y posterga su profesión priorizando la familia? ¿O a caso la más culposa es aquella que aún no ha parido y ve girar las agujas del reloj biológico? Yo diría que es un perfecto empate entre todas.

La culpa no es algo propio de la mujer que trabaja. Tampoco de la que elige quedarse con los niños (y, en muchos casos, ve pasar su vida por la ventana de la cocina). La culpa es algo innato en el género femenino. Y va más allá de la maternidad, por supuesto. Si hay culpa, hay estrógenos. Si hay estrógenos, hay culpa.

Analicemos algunos ejemplos:

1- Tus amigas te proponen un panorama y no vas porque piensas que los niños te vieron poco hoy día... Luego ellos se duermen, son las 10 de la noche y mientras tus amigas se ponen al día con un pisco en la mano derecha y un cigarro en la izquierda, tú te metes en la cama a maldecir el minuto en el que decidiste quedarte.

2- Vas a un restorán, pides una ensalada y cuando llegas a la casa lamentas no haber probado la sugerencia del chef. O al revés, pides la sugerencia del chef y cuando llegas a la casa y te miras la guata te arrepientes de no haber pedido la ensalada.

3- Te toca ir por segunda vez al supermercado en la misma semana. La cajera te pregunta si quieres donar un desayuno y le dices que no. Entonces te mira fijo como diciendo “oye tú, llevas un vino de tres lucas y no vas a dar 200 pesos!!!” y te hace sentir una persona horrible, a pesar de todos los desayunos que ya has donado y la infinidad de campañas en las que has colaborado.

¡Sentimos culpa por todo!

Recién estaba tirada en el sillón con Sol y Malena maquillándome toda la cara (y la polera, y el pantalón, ¡y el sillón!). Hace rato que no nos divertíamos tanto. Entonces las abracé lo más fuerte que pude y, por un segundo, sentí que me había equivocado al buscar pega. Que en realidad yo sí era capaz de ser feliz con ellas las 24 horas del día...

Por suerte a mí los pensamientos golosos me duran lo que un fósforo, entonces no llego a angustiarme. De hecho después pensé que en realidad mi alegría se debía a que a partir de mañana las veré mucho menos.

Es que la culpa va de la mano de la autoestima. Y la autoestima, a su vez, va de la mano de la calidad. Esa es la verdadera ecuación que deriva en el éxito de cualquier mujer: autoestima+calidad= menos culpa. Piénsenlo un segundo y verán que hace sentido. Poder desarrollarnos nos eleva la autoestima, y entender que la calidad del tiempo que compartimos con nuestros afectos es definitivamente más importante que la cantidad de minutos que pasamos con ellos nos ayuda a mitigar la culpa por la ausencia. Y digo mitigar porque de verdad creo que es imposible deshacernos de ella.

Una mujer sin culpa es como un hombre sensible: está de moda el concepto, pero en realidad no existe!

jueves, 24 de junio de 2010

Juezas de hijos ajenos

El otro día, a la salida del colegio, venía con mis dos niñas de la mano. En eso se acerca una coapoderada, muy simpática, y me pregunta: “Y, cómo se ha portado la guagua hoy día”. Bien, le respondí.

En realidad, me dieron ganas de mandarla a la punta del cerro y desde arriba gritarle: “Y a ti qué diablos te importa cómo se portó MI guagua”. O sea, qué tiene que andar preguntando ella cómo se portaron mis hijas. Por qué no se ocupa de saber cómo se comportaron los suyos en lugar de andar mirando a las mías...

He descubierto una nueva tribu de madres: las juezas de hijos ajenos. Mujeres, por lo general sin nada que hacer de sus vidas, que no tienen nada más interesante que andar observando –y opinando- sobre cabros que lo único que tienen que ver con ellas es... ¡nada!

Las peladoras profesionales existen en todos los ámbitos. Pero la diferencia entre la peladora de la oficina y la peladora del colegio es que la primera es un mal necesario. La segunda, no. De eso conversaba la otra semana con una psicóloga. Por suerte, me dijo que en la mayoría de los establecimientos educativos tienen identificados a estos personajes y, cuando alegan, directamente ni las pescan.

El tema es que aunque no las pesquen, molestan. Estorban, ensucian, y hieren. Ojo, una cosa es una amiga que te pregunta por los niños, otra muy distinta es una jueza de hijos ajenos. Para identificarla, sólo hay que ser buena observadora: por lo general, llega antes de la hora de salida de los niños. Así se asegura un buen lugar cerca de la puerta desde donde monitorear todo lo que sucede. Tiene la sonrisa dibujada con lápiz delineador. Definitivamente no trabaja (si lo hiciera no tendría tiempo para opinar tantas huevadas) y siempre encuentra una excusa válida para quedarse conversando con las maestras tres minutos después de hora.

Me cargan, realmente me cargan. Sobre todo porque tengo la suerte de tener hijas inquietas y extrovertidas, el platillo favorito de estas juezas del absurdo. La semana pasada, apenas pasamos la puerta del Jardín, la Malena me pidió un dulce. Como le dije que no tenía me miró y me dijo: “Mala mamá, ¡dame un dulce, carajo!”. Y la verdad es que me causó gracia el comentario. Obviamente no era para ganar un concurso de modales, pero ver salir esas palabras de una boquita tan chiquita y regordeta me dio ternura. Claro que la reté y le expliqué que no eran palabras bonitas... pero en verdad, lo que más me preocupó en ese minuto no fue lo que dijo, sino asegurarme de que nadie la hubiese escuchado!

No es una mala técnica. Ya que no podemos erradicarlas, al menos asegurémonos de no darles de qué hablar. O ensayemos respuestas del estilo: “¿qué cómo se han portado mis niñas? Excelente, tú sabes, cómo siempre, si hasta me han citado únicamente para felicitarme en persona por sus buenas conductas... ¿A ti no te han citado para felicitarte? Hay, pero qué pena... ya, seguro cuando se destaquen te lo harán saber”.

¡Y que revienten!!!!

miércoles, 16 de junio de 2010

La oruga que roncaba en el bus del mundial... o algo parecido

Tenía tres temas interesantes para escribir:

  1. Todos los hombres roncan. Todos, sin excepción. El otro día agarré el celular de una amiga, por error toqué un botón equivocado y me apareció un video de su marido roncando como foca en celo.
  2. La Sol me tiene chata. Desde que empezaron las clases me pide por favor que quiere volverse en bus y ahora, que ya llené el formulario y me saqué la responsabilidad de tener que salir corriendo de la pega para llegar a tiempo, llora y me pide por favor que siempre vaya a buscarla porque me ama y no puede vivir sin mí a la salida del jardín... Filo. Un ratito me parte el alma, pero no pienso recapacitar. En mi época todos volvíamos en bus y nadie alegaba.
  3. Qué lata vivir el mundial en un país que no es el tuyo. Feliz de que les vaya bien a los amigos, pero esto de que no pasen el partido de Argentina por TVN no lo puedo entender. Así como tampoco entiendo tanto festejo por haber ganado un partido contra Honduras. Con todo respeto... ¡Honduras! Ya, hagan lo que quieran. En realidad, lo mejor que tiene el mundial independientemente del país en el que nos toque mirarlo, es que es un excelente momento para conseguir negociaciones extremadamente beneficiosas: ellos quieren el control remoto, ¡nosotras el control de todo lo demás!

Tal vez en algún momento retome alguno de estos temas. Sin embargo, estoy tan pero tan pero tan enojada con los señores fabricantes de pañales que, por primera vez, usaré mi espacio para quejarme abiertamente de la mala calidad de los dos grandes de la industria. Partí usando para Malena los Pampers morados con la famosa orugaflex, la versión mejorada de los que había usado siempre con la Sol. Pero después del cuarto pañal fallado (léase una orugaflex en lugar de dos orugasflexes), me cansé de reclamar y quedarme contenta por el pañal de reemplazo que amablemente me mandaban a casa. Y cambié a Huggies.

Empecé por los rojos porque entendí que eran algo así como el alterego de la orugaflex, pero como que no le quedaban muy cómodos. Así que probé los verdes que, encima, son más baratos. Al principio todo estuvo bien, pero ahora no sé qué pasa. No sé si es que la Male hace más pipí o es que bajaron la calidad de los materiales, pero la cuestión es que siempre se levanta mojada. Me la devuelven del jardín recién mudada (o eso dicen...) y llega a la casa mojada, y al menos en un pañal de cada maxipack hay uno que viene con alguna de las tiras malas.

Ya que todos mis intentos para que la Male logre controlar esfínteres han fracasado sistemáticamente desde el verano hasta ahora, hago público un llamado a la solidaridad de los señores fabricantes de pañales caros y defectuosos: ¿podrían por favor verificar qué está pasando en sus respectivos departamentos de control de calidad? Tal vez, y sólo tal vez, al encargado de identificar los artículos fallados se le metió una orugaflex en el cerebro y eso está dificultando su capacidad de trabajo. O tal vez el osito Pooh y sus amigos aparecieron curados y le convidaron unos copetes al caballero que tiene que mirar que todas las tiras estén bien pegadas... ya no sé ni qué pensar.

Da lo mismo. Por mientras, he decidido ir de excursión al supermercado a ver cuáles son las alternativas. ¿Alguna recomendación?



jueves, 10 de junio de 2010

Mamá part time

Y finalmente se acabó mi período de abstinencia. Después de exactamente 22 meses de ser una mamá full time, llegó el momento de volver a generar algo más que sonrisas: ¡dinero!
Suena espantoso, pero es absolutamente real. Han sido meses maravillosos. Me he quejado pero me he divertido harto. Aprendí a jugar, a contar cuentos, a que no me de asco andar todo el día con la polera manchada y olor a colado. Me hice cargo del menú familiar, resolví peleas entre hermanas y me arruiné la espalda de tanto hacer upa. Muy bonito, muy suficiente.

Las niñas han crecido y yo decidí desempolvar mi autoestima, que hace rato llevo guardada en el bolsillo. Actualicé mi currículum, mandé un par de correos y más rápido de lo que imaginaba me llegó una oferta. Claro que en ese minuto muté hasta convertirme en la imagen más exacta de la auténtica gata flora. Que sí que no, que no que sí. Que si las niñitas se van a adaptar a no verme tanto, que si yo me voy a adaptar a la idea de que se queden solas con la nana, sin abuelas ni tías que las visiten... Y sí, claro que sí. Será difícil al comienzo, pero el miedo no puede ganarle a la necesidad de acabar con el celibato intelectual. Me encanta ser mamá, pero mucho más me encanta ser una mamá periodista.

Cuando se lo dije a Sol se puso feliz. A ella lo único que le importa es que se va a volver en bus, y eso es mucho más choro que volverse conmigo (veremos cuánto le dura...). Y cuando se lo dije a Male... bueh! Le pregunté si había entendido y me dijo: “Sí. A mí me gustan los cuentos”. No me cachó ni ahí. De hecho creo que tiene problemas con la comprensión de consignas... en el jardín tuvo que dibujar a su familia y nos dibujó a nosotros cuatro y al Alan, un amigo de Sol al que evidentemente quiere mucho.

La lata es que tuve el peor timming del mundo. Sólo a mí se me ocurre empezar una pega justo antes de las vacaciones de invierno, con nana nueva (y ni siquiera wow) y más encima en pleno mundial. Pero bueno, no puede ser tan grave. Las niñitas harán panorama con las amigas y yo seguiré los partidos por Internet y gritaré en silencio los goles de Argentina.

A veces, por presión social, por mandatos familiares o por quién sabe qué motivos, intentamos torcer nuestras auténticas voluntades. Deseamos una carrera profesional pero la relegamos porque el mundo espera que los niños crezcan junto a una mamá que todo lo puede, que siempre está. Y permítanme contarles que si algo he aprendido en estos 22 meses de abstinencia laboral es que todo eso es mentira. Yo estuve disponible las 24 horas del día los siete días de la semana y estuvo lejos de ser mi período de gloria. La Sol ya ni me pesca y Malena seguramente sería muchos menos inquieta si alguien le hubiese puesto más límites de los que yo supe ponerle.

Sé que muchas no entienden cómo ante la posibilidad de pasar todo el día tomando café y copuchando (tengo un interesante staff estable de amigas sin nada que hacer) a mí se me ocurre volver al trabajo. Y bueno, está bien, es lógico que no entiendan. A veces ni yo me entiendo. Pero soy así, patuda, porfiada, enamorada de mi profesión y de la posibilidad de comprarme todas las botas que quiera sin pensar si realmente las he ganado con el sudor de mi frente.

En honor a la verdad estoy bastante más nerviosa que otras veces. Esto de no tener ningún tipo de back up familiar no es lo ideal... pero para eso he sido tan simpática el último año y medio!!!!!! Es hora de ver que la red de amigos funcione y que las mamás que tantas veces me pidieron que les lleve y les traiga a sus hijos ahora lleven y traigan a las mías.

¿Si voy a abandonar el blog? ¡Ni cagando! De hecho pueden seguirlo en facebook (el grupo se llama somosmalasmadres.blogspot.com). Posiblemente más temprano que tarde empiece a escribir sobre cuánto extraño ser una mamá de tiempo completo... Cuando eso pase, POR FAVOR, acuérdenme que yo solita me metí en este baile. Ahora, ¡a bailar!

jueves, 3 de junio de 2010

Malula la Malena

Mi hija Malena ha cambiado mucho en los últimos meses. Está más grande, conversa todo el rato, puede jugar solita por algunos minutos. Pero algo no se ha modificado: se sigue portando como el hoyo. Y a mí, un poquitito, me sigue divirtiendo su manera de transgredir.

Es la niñita más bella y simpática del mundo. Pero detrás de esa carita pálida de ojos azules aún se esconde un espíritu rebelde, malulo, inquieto... bien parecida a su mamá.

Estoy segura de que si todavía viviésemos en Argentina, la Male pasaría absolutamente inadvertida entre las mujeres de su curso. Allí, los jardines maternales esperan que los alumnos exploren, están acostumbrados a que se peguen, se empujen, se tiren arena. O sea, estamos hablando de niños de dos años, no de inadaptados de cinco. Me acuerdo que la Sol su primer año de maternal tenía una amiga que mordía todo el rato. Entre las mamás le decíamos “Hannibal”. Obviamente con el correr de los meses Hannibal creció y se transformó en Emma, una de las íntimas amigas de la Sol.

La cuestión es que aquí mi pobre princesita está en el ojo de la tormenta. Su libreta de comunicaciones está llena de caritas tristes (es el antipremio que recibe cuando se porta mal) y lo que antes me parecía simpático empezó a hincharme las pelotas. Menos mal que le han tocado maestras amorosas, jóvenes y con harta paciencia. Sino, capaz hasta la habrían expulsado por robarle la colación a la niñita de al lado...

Tengo una amiga muy cercana que la pasa todavía peor. De guagua, su hijo le sacaba la cresta a todos. Las parvularias la volvían loca: que consultara con psicólogos, que lo medicara para la hiperactividad, que lo llevara a los deportes a descargar energía. Hoy el niño tiene 8 años y promedio 6,9. Pero la etiqueta de malulo no se la quita nadie. El otro día, en el supermercado, mi amiga se encontró con una coapoderada que le dijo: “Y, ¿cómo ha estado el Juanito?, mi Carolita dice que se porta muy bien en clase”. ¡A verrrrrrrrrrrr! ¿Quién es la hija de esa señora para juzgar al hijo de mi amiga? Algo anda muy mal. Muy mal.

¿Quién puede decir que una familia no hace todo lo que está a su alcance para que los cabros chicos salgan derechos? ¿Qué mente retorcida podría pensar, por ejemplo, que nosotros no nos enojamos con Male cuando hace líos en la casa? (Se me está ocurriendo una, una mente retorcida, pelo largo, insoportable... no, mejor me cayo). Tendrían que verla... la pobre pasa tanto tiempo pensando en su pieza que ahora cuando juega con sus muñecas, y alguna se le cae al piso, se enoja y la manda a pensar al cajón!

Insisto: son niños. Hacen cosas de niños. Algunos son más tranquilos, otros más inquietos. Algunos botan la comida al piso, otros muerden al amigo que no les quiere prestar un auto. Otros hacen las dos cosas... pero tampoco es para tanto.

Igual creo que, en un punto, es todo pura cueva. Si te toca un curso con docentes y mamás piolas, que saben que ningún niñito llega a básica mordiendo por un autito, la cosa fluye. Pero si te toca un curso de maestras dinosaurios y puras madres primerizas, de esas que se horrorizan si su guagua llega con la polera manchada porque el amiguito lo empujó en el patio, y más encima pretenden que una llame para pedir disculpas, la cosa se complica...

El otro día me dijeron que Male había rasguñado a una niñita bien chica y casi me muero. Eso es distinto. Pero, entre nosotras, si en su curso, donde hay niños que le llevan casi un año calendario, peleó por un juguete y para ganarlo usó su “temido” grito de tigre, no me preocupa.

Todos crecen. Algún día, espero que muy pronto, mi angelito será una niñita dulce, femenina y bien educada que pedirá las cosas por favor. Algún día...