jueves, 24 de junio de 2010

Juezas de hijos ajenos

El otro día, a la salida del colegio, venía con mis dos niñas de la mano. En eso se acerca una coapoderada, muy simpática, y me pregunta: “Y, cómo se ha portado la guagua hoy día”. Bien, le respondí.

En realidad, me dieron ganas de mandarla a la punta del cerro y desde arriba gritarle: “Y a ti qué diablos te importa cómo se portó MI guagua”. O sea, qué tiene que andar preguntando ella cómo se portaron mis hijas. Por qué no se ocupa de saber cómo se comportaron los suyos en lugar de andar mirando a las mías...

He descubierto una nueva tribu de madres: las juezas de hijos ajenos. Mujeres, por lo general sin nada que hacer de sus vidas, que no tienen nada más interesante que andar observando –y opinando- sobre cabros que lo único que tienen que ver con ellas es... ¡nada!

Las peladoras profesionales existen en todos los ámbitos. Pero la diferencia entre la peladora de la oficina y la peladora del colegio es que la primera es un mal necesario. La segunda, no. De eso conversaba la otra semana con una psicóloga. Por suerte, me dijo que en la mayoría de los establecimientos educativos tienen identificados a estos personajes y, cuando alegan, directamente ni las pescan.

El tema es que aunque no las pesquen, molestan. Estorban, ensucian, y hieren. Ojo, una cosa es una amiga que te pregunta por los niños, otra muy distinta es una jueza de hijos ajenos. Para identificarla, sólo hay que ser buena observadora: por lo general, llega antes de la hora de salida de los niños. Así se asegura un buen lugar cerca de la puerta desde donde monitorear todo lo que sucede. Tiene la sonrisa dibujada con lápiz delineador. Definitivamente no trabaja (si lo hiciera no tendría tiempo para opinar tantas huevadas) y siempre encuentra una excusa válida para quedarse conversando con las maestras tres minutos después de hora.

Me cargan, realmente me cargan. Sobre todo porque tengo la suerte de tener hijas inquietas y extrovertidas, el platillo favorito de estas juezas del absurdo. La semana pasada, apenas pasamos la puerta del Jardín, la Malena me pidió un dulce. Como le dije que no tenía me miró y me dijo: “Mala mamá, ¡dame un dulce, carajo!”. Y la verdad es que me causó gracia el comentario. Obviamente no era para ganar un concurso de modales, pero ver salir esas palabras de una boquita tan chiquita y regordeta me dio ternura. Claro que la reté y le expliqué que no eran palabras bonitas... pero en verdad, lo que más me preocupó en ese minuto no fue lo que dijo, sino asegurarme de que nadie la hubiese escuchado!

No es una mala técnica. Ya que no podemos erradicarlas, al menos asegurémonos de no darles de qué hablar. O ensayemos respuestas del estilo: “¿qué cómo se han portado mis niñas? Excelente, tú sabes, cómo siempre, si hasta me han citado únicamente para felicitarme en persona por sus buenas conductas... ¿A ti no te han citado para felicitarte? Hay, pero qué pena... ya, seguro cuando se destaquen te lo harán saber”.

¡Y que revienten!!!!

3 comentarios:

  1. si, son facilmente reconocibles, pero, basta con que sus crios tengan tejado de vidrio y alli, profe las destierra pa la casa. A menos que le encante la chimuchina.

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  2. jajaj mamas gallinas

    desde la vereda del frente todo crio es visto como una potencial bombita con piernas XD sin exagerar

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  3. jajajajaj....
    Así se habla, que revienten!

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