martes, 17 de abril de 2012

Soy un siete

Hace poco tuve un intercambio de opiniones con una sicóloga. Yo defendía la importancia de la calidad de tiempo que pasamos con nuestros hijos, y ella defendía la cantidad por sobre todas las cosas. Bueno, supongo que por algo ella se dedica a los temas de crianza y yo al periodismo femenino…

Los extremos existen en todos lados. En el fanatismo religioso, en el fútbol, en la moda y, por supuesto, también en la maternidad. Hay mujeres que creen que se trata de un sacerdocio, que entregan su vida a los niños. Dejan profesión, ambiciones y, a veces, hasta a los maridos en el camino. Viven por y para sus hijos. Se saben el spelling al derecho y al revés, inventan técnicas para destacarse cuando a los cabros chicos les toca hacer una presentación y obvio que son las presidentas de los cursos.

Yo una vez fui presidenta de curso. Me despidieron por mala gestión… bueno, nunca tanto, pero podría haber pasado. Está claro que no soy una madre modelo. ¿O sí? Sé perfectamente con quién juegan y con quién no porque se los pregunto, conozco sus canciones favoritas porque las cantamos juntas aunque muchas veces me fastidie tener que hacerlo, hacemos juntas la tarea justo cuando empieza el programa de TV que quiero mirar y les comparto mis maquillajes a pesar de que seguro alguna sombra terminará hecha trizas. Me entrego a ellas, pero no me inmolo por ellas. ¿Se cacha la diferencia?

Me consta que soy una privilegiada. Tengo una profesión que me permite una cierta libertad horaria que otras mamás no tienen. Pero aunque no la tuviera, igual trabajaría. Por mí, y por ellas. Porque encuentro que no hay peor madre que una mujer insatisfecha. Y la satisfacción es algo muy personal. Para mí pasa por compatibilizar el mundo profesional con el familiar. Para unas será armarles panoramas a los hijos, para algunas trotar en el gimnasio, para otras triunfar en la pega y, para la gran mayoría, un mix de todas esas cosas. Cada mujer es única, y también lo son sus circunstancias. Quién tiene ganas de juzgar por falta de cantidad de tiempo a una mamá que deja a los niños en una guardería porque tiene que salir a ganarse las lucas y los recoge cuando ya está oscuro. Yo, no. Me asumo absolutamente imperfecta, pero soy la mejor mamá que puedo ser. Es más, soy la mamá que me acomoda. Y por eso gozo con mis hijas: no las culpo por lo que pude haber sido, sino que les agradezco lo sí que soy.

Es hora de que todas nos despojemos de las exigencias de los libros y nos animemos a escribir nuestro propio manual. Con nuestras reglas, con nuestras necesidades. Esto no es matemática. No existe una fórmula del tipo tiempo+abdicación=madre perfecta. Y bastante culposas ya somos naturalmente como para que alguien venga de afuera a juzgar qué hacemos y cómo lo hacemos.

Si ser la mejor mamá implica pasar todo el tiempo del mundo con las niñas entonces soy un desastre. Ahora, si ser una buena mamá implica dedicarles tiempo de calidad en la medida que nos es posible, soy un siete. Y sí, yo soy un siete.

Saludos,
@vanirosenthal